lunes, 17 de julio de 2017

Los valdenses





Los valdenses: de la herejía al protestantismo
Corría el año 1545. En la hermosa región de Lubéron, en Provenza, al sur de Francia, se había reunido un ejército para cumplir una espantosa misión alentada por la intolerancia religiosa. Aquello dio paso a una semana de derramamiento de sangre.
SE ARRASARON pueblos y se encarceló o dio muerte a sus habitantes. Soldados feroces perpetraron crueles atrocidades en una masacre que estremeció Europa. Murieron alrededor de dos mil setecientos hombres, y otros seiscientos acabaron en galeras, sin mencionar el sufrimiento de mujeres y niños. El comandante que orquestó la sanguinaria campaña recibió los elogios del rey de Francia y del Papa.
La Reforma ya había dividido Alemania cuando el rey católico Francisco I de Francia, preocupado por la difusión del protestantismo, recabó información sobre los llamados herejes de su reino. En vez de hallar unos pocos casos aislados, las autoridades de Provenza descubrieron pueblos enteros de disidentes religiosos. Se promulgó un edicto para exterminarlos, lo que llevó a la masacre de 1545.
¿Quiénes eran estos herejes? ¿Y por qué fueron objeto de violenta intolerancia religiosa?
De ricos a pobres
Los que perecieron en la matanza pertenecían a un movimiento religioso que databa del siglo XII y se extendía por gran parte de Europa. La forma como se propagaron y sobrevivieron por siglos no tiene comparación en los anales de la disidencia religiosa. La mayoría de los historiadores concuerdan en que el movimiento se originó cerca del año 1170. En la ciudad francesa de Lyon, un comerciante acaudalado de nombre Valdo se interesó profundamente por saber cómo agradar a Dios. Según parece, impelido por el consejo de Jesucristo a cierto hombre rico de que vendiera sus bienes e hiciera dádivas a los pobres, Valdo se aseguró de que su familia tuviera cubiertas las necesidades económicas y luego abandonó las riquezas para predicar el evangelio (Mateo 19:16-22). Pronto se unieron a él otras personas, a quienes se denominó valdenses.
La vida de Valdo giraba en torno a la pobreza, la predicación y la Biblia. Las protestas contra la opulencia del clero no eran nuevas. Desde hacía tiempo, varios clérigos disidentes habían denunciado las prácticas corruptas y los abusos de poder de la Iglesia. Pero Valdo era laico, como la mayoría de sus partidarios, lo que seguramente explica por qué vio necesario tener la Biblia en la lengua vernácula, la del pueblo. En vista de que la Iglesia usaba una versión en latín, solo accesible a los eclesiásticos, Valdo hizo traducir los Evangelios y otros libros bíblicos al francoprovenzal, el idioma que se hablaba en la región centro oriental de Francia. En obediencia al mandato de Jesús de predicar, los pobres de Lyon se lanzaron a las calles con su mensaje (Mateo 28:19, 20). El historiador Gabriel Audisio afirma que la insistencia de los valdenses en la predicación pública fue decisiva en la actitud de la Iglesia contra ellos.
De católicos a herejes
En aquella época, la predicación era un privilegio exclusivo de la clase clerical, y la Iglesia se atribuía el derecho de conceder el permiso para efectuarla. Los eclesiásticos consideraban a los valdenses ignorantes e iletrados; no obstante, en 1179 Valdo solicitó autorización oficial para predicar al papa Alejandro III, quien se la concedió a condición de que recibiera la aprobación de los sacerdotes locales. El historiador Malcolm Lambert señala que aquella salvedad “equivalía en la práctica a una negativa casi total”. Y así fue; el arzobispo de Lyon Jean Bellesmains prohibió formalmente la predicación laica. Valdo respondió parafraseando Hechos 5:29, que dice: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. Al no acatar la prohibición, se le excomulgó en 1184.
Pese a que los valdenses fueron expulsados de la diócesis de Lyon y desterrados de la ciudad, parece que la condena inicial no se llevó a cabo con rigor. Mucha gente común y corriente los admiraba por su sinceridad y su modo de vida, e incluso los obispos seguían hablando con ellos.
Según el historiador Euan Cameron, los predicadores valdenses no “pretendían oponerse a la Iglesia en sí misma”. Solo “deseaban predicar y enseñar”. Los historiadores afirman que prácticamente se empujó al movimiento a la herejía mediante una serie de decretos que acabaron marginándolos de forma progresiva y perdurable. Las condenas de la Iglesia culminaron con el anatema que lanzó el cuarto Concilio de Letrán contra los valdenses, en 1215. ¿Cómo repercutió en su predicación?
La clandestinidad
Tras la muerte de Valdo en 1217, la persecución dispersó a sus seguidores por los valles alpinos franceses, Alemania, el norte de Italia y el centro y este de Europa. Además, los obligó a asentarse en las zonas rurales, lo que limitó su predicación en muchos aspectos.
En 1229, la Iglesia Católica dio por concluida su cruzada contra los cátaros, o albigenses, en el sur de Francia. Su siguiente objetivo fueron los valdenses. La Inquisición no tardaría en actuar sin piedad contra los enemigos de la Iglesia. Los valdenses, atemorizados, pasaron a la clandestinidad. Para 1230 ya no predicaban en público. El historiador Audisio explica: “En vez de ir en busca de nuevos adeptos [...], se dedicaron a cuidar de los conversos y a mantenerlos en la fe ante la presión y persecución del exterior”. Y añade: “La predicación seguía siendo esencial, pero había adoptado un nuevo enfoque”.
Creencias y costumbres
Para el siglo XIV ya no predicaban hombres y mujeres indistintamente, sino que se había establecido la diferencia entre pastores y creyentes. Solo varones bien preparados tenían parte en la obra pastoral. A estos maestros itinerantes se les llegó a conocer como barbes (tíos).
Los barbes, que visitaban a las familias valdenses en sus hogares, se esforzaron por mantener vivo el movimiento, en vez de extenderlo. Todos sabían leer y escribir, y su preparación, que duraba hasta seis años, se basaba en la Biblia. La utilización de una versión en su propia lengua les permitía explicársela a los feligreses. Incluso sus enemigos admitieron que todos, hasta los niños, tenían una sólida cultura bíblica y eran capaces de citar extensos pasajes de las Escrituras.
Los valdenses primitivos prohibían la mentira y rechazaban, entre otras creencias, el purgatorio, las misas de difuntos, las absoluciones e indulgencias papales y la veneración a María y a los “santos”. Además, observaban anualmente la Cena del Señor, o la Última Cena. “Era, en efecto, una religión de laicos corrientes”, indica Lambert.
Una doble vida”
Las comunidades de los valdenses estaban muy unidas. Como sus miembros se casaban entre sí, a lo largo de los siglos se crearon apellidos valdenses. En su lucha por sobrevivir, trataban de no dar a conocer sus ideas, pero el secretismo que rodeaba sus creencias y costumbres religiosas allanó el camino para que sus enemigos lanzaran horribles injurias, como por ejemplo, que rendían culto al Diablo.
Una manera de contrarrestar tales acusaciones fue hacer concesiones y practicar lo que el historiador Cameron llama una “aceptación mínima” del culto católico. Muchos valdenses se confesaban con los sacerdotes, asistían a misa, usaban agua bendita e incluso hacían peregrinaciones. Lambert subraya: “En muchos aspectos obraban igual que sus vecinos católicos”. Audisio dice sin rodeos que con el tiempo los valdenses “vivieron una doble vida”. Y añade: “Por una parte se comportaban en apariencia como católicos para proteger su relativa tranquilidad; por otra, observaban cierta cantidad de ritos y costumbres entre ellos que aseguraban la pervivencia de la comunidad”.
De herejes a protestantes
En el siglo XVI, la Reforma cambió drásticamente el panorama religioso europeo. Las víctimas de la intolerancia podían o bien tratar de conseguir el reconocimiento legal en su país, o bien emigrar en busca de condiciones más favorables. El concepto de herejía también se difuminó, puesto que muchísima gente había empezado a cuestionar las doctrinas religiosas establecidas.
Ya en 1523, el célebre reformador Martín Lutero habló de los valdenses. En 1526, uno de los maestros itinerantes llevó de regreso a los Alpes noticias de los acontecimientos religiosos de Europa, lo que dio paso a un período de intercambio de ideas entre protestantes y valdenses. Los primeros animaron a los segundos a patrocinar la primera traducción de la Biblia al francés a partir de los idiomas originales. Se imprimió en 1535, y fue conocida más tarde como la Biblia de Olivétan. Irónicamente, la mayoría de los valdenses no entendían francés.
La pertinaz persecución de la Iglesia Católica obligó a muchísimos valdenses a trasladarse a Provenza, una región del sur de Francia más segura, tal como hicieron los inmigrantes protestantes. Las autoridades no tardaron en percatarse de estos movimientos de población. Pese a los abundantes informes favorables sobre el modo de vida y los valores morales de los valdenses, hubo quienes cuestionaron su lealtad y los acusaron de constituir una amenaza para el orden público. Se emitió el Edicto de Mérindol, que resultó en la horrible matanza mencionada al principio del artículo.
Las relaciones entre católicos y valdenses siguieron deteriorándose. En respuesta a los ataques que sufrieron, estos últimos incluso se defendieron con las armas. El conflicto los arrojó en brazos de los protestantes, de modo que los valdenses se aliaron con la corriente dominante del protestantismo.
Con el paso de los siglos se fundaron iglesias valdenses en países alejados de Francia, como Uruguay y Estados Unidos. No obstante, muchos historiadores concuerdan con Audisio, quien dice que “el movimiento valdense terminó durante la Reforma”, al ser “engullido” por el protestantismo. De hecho, ya había perdido gran parte de su celo inicial siglos antes, cuando sus componentes abandonaron por temor la predicación y las enseñanzas basadas en la Biblia.
[Notas]
A Valdo se le llama de diferentes maneras, entre ellas Valdés, Valdesio o Vaudés. De la primera se deriva el término valdense. A este grupo se le conocía también como los pobres de Lyon.
Ya en el año 1199, el obispo de Metz, en el noreste de Francia, se quejó al papa Inocencio III de que ciertas personas leían y comentaban la Biblia en la lengua vernácula. Muy probablemente se refería a los valdenses.
Véase “Los cátaros, ¿fueron mártires cristianos?”, de La Atalaya del 1 de septiembre de 1995, págs. 27-30.
La persistente difamación de los valdenses acuñó el término vauderie (del francés vaudois), palabra que todavía se usa para calificar a los presuntos herejes o adoradores de Satán.

Zonas de influencia de los valdenses
FRANCIA
Lyon
Lubéron
PROVENZA
Estrasburgo
Milán
Roma
Berlín
Praga
Viena


Los valdenses patrocinaron la traducción de la Biblia de Olivétan, publicada en 1535



Biblia: © Cliché de la Biblioteca Nacional de Francia (París)


Págs. 20, 21: © Landesbildstelle Baden, Karlsruhe

No hay comentarios:

Publicar un comentario