miércoles, 19 de julio de 2017

El libre albedrìo y tu





¿Cuál es el punto de vista bíblico?
¿Se salvará toda la gente?
EL Dios Todopoderoso se interesa intensamente en el bienestar eterno de toda la humanidad. Su Palabra, la Biblia, nos dice: “Esto es excelente y acepto a la vista de nuestro Salvador, Dios, cuya voluntad es que hombres de toda clase sean salvos y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad.” (1 Tim. 2:3, 4) “No desea que ninguno sea destruido, sino desea que todos alcancen el arrepentimiento.” (2 Ped. 3:9) Pero, ¿significa esto que con el tiempo toda la gente será salva, es decir, que conseguirán vida eterna como siervos aprobados de Dios?
Las Escrituras revelan que el Altísimo no obliga a nadie a aceptar la vida. Él hace todas las provisiones necesarias para que las criaturas humanas consigan Su aprobación, pero, entonces, queda con cada uno aceptar o rechazar Sus provisiones. Esto lo evidencian las palabras de Moisés dirigidas a la nación de Israel: “He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la invocación de mal; y tienes que escoger la vida a fin de que te mantengas vivo, tú y tu prole, amando a Jehová tu Dios, escuchando su voz y adhiriéndote a él; porque él es tu vida y la longitud de tus días.”—Deu. 30:19, 20.
Puesto que Jehová Dios es la fuente de la vida, solo se puede conseguir salvación obrando conforme a sus estipulaciones. Esto quiere decir aceptar a Jesucristo como Hijo de Dios mediante cuya muerte de sacrificio se ha hecho posible el salvarse del pecado y la muerte. El apóstol Pedro aclaró esto cuando le dijo lo siguiente al Sanedrín, el tribunal supremo de los judíos: “No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos.” (Hech. 4:12) Además, el apóstol Juan llamó la atención a esto cuando declaró el propósito de su Evangelio: “Por supuesto, Jesús ejecutó muchas otras señales también delante de los discípulos, que no están escritas en este rollo. Mas éstas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre.”—Juan 20:30, 31.
Pero, ¿por qué es éste el único modo en que la gente puede conseguir salvación? ¿Por qué no es posible adquirirla simplemente llevando una vida recta?
En realidad, ninguna criatura humana puede dar prueba de ser absolutamente recta por la clase de vida que lleva. Todos erramos en palabra y hecho. ¿Quién puede decir que nunca ha sido desconsiderado, desamorado, egoísta o áspero? El apóstol cristiano Juan lo expresó de esta manera: “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado,’ a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros.” (1 Juan 1:8) Puesto que el primer hombre Adán arruinó su perfección al desobedecer a Dios, todos nosotros hemos nacido imperfectos. (Sal. 51:5; Rom. 5:12) Por eso, no hay nada que ninguno de nosotros podamos hacer por nuestra propia cuenta para librarnos del pecado.
Puesto que nacimos en pecado, no tenemos automáticamente ante nosotros la perspectiva de salvación. La Biblia dice: “El salario que el pecado paga es muerte.” (Rom. 6:23) Por eso, si no existiera alguna provisión para la expiación de nuestros pecados, no sería posible salvarnos y tendríamos que permanecer para siempre en las garras de la muerte. Prescindiendo de cuánto nos esforzáramos, el registro de nuestra vida todavía mostraría que somos criaturas humanas imperfectas, expuestas al salario del pecado.
Por lo tanto, necesitamos una provisión que expíe nuestros pecados. El único medio que Dios ha provisto para lograr esto es el sacrificio de su Hijo. El apóstol Juan escribió: “Él [Jesucristo] es un sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, empero no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”—1 Juan 2:2.
Sin embargo, para beneficiarnos de este sacrificio propiciatorio, tenemos que aceptarlo, reconocer nuestro estado pecaminoso, arrepentirnos de nuestros pecados, y convertirnos o dar la vuelta de un proceder incorrecto para hacer la voluntad de Dios. Toda persona que deliberadamente rehúse hacer esto no conseguirá salvación. Su situación puede compararse a la de un hombre que está a punto de ahogarse y a quien le arrojan un salvavidas pero que lo rechaza.
Sí, la persona que rechaza el medio de salvación que Dios brinda no puede esperar escapar un juicio adverso. Si acaso está vivo al tiempo en que el Señor Jesucristo se revela en gloria, perecerá. Esto queda comprobado en 2 Tesalonicenses 1:8, donde leemos que Jesucristo traerá “venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús.” El versículo 9 continúa: “Estos mismos sufrirán . . . destrucción eterna.”
Igualmente, los que aceptan la provisión de Dios de salvación mediante Jesucristo pero que después se hacen pecadores impenitentes no serán salvos. A los cristianos hebreos del primer siglo de la era común se les dijo: “Si practicamos el pecado voluntariosamente después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectativa de juicio y hay celo ardiente que va a consumir a los que se oponen. Cualquiera que ha desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el testimonio de dos o tres. ¿De cuánto más severo castigo piensan ustedes que será considerado digno el que ha pisoteado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la sangre del pacto por la cual fue santificado, y que ha ultrajado con desdén el espíritu de bondad inmerecida? Porque conocemos al que dijo: ‘Mía es la venganza; yo recompensaré’; y otra vez: ‘Jehová juzgará a su pueblo.’ Es cosa horrenda caer en las manos del Dios vivo.”—Heb. 10:26-31.
Por su modo de obrar, los malhechores deliberados e impenitentes rechazan la aplicación del sacrificio de Jesús en pro de ellos. Tratan la sangre del Hijo de Dios como si fuera de “valor ordinario” es decir, como si no tuviera más valor que la sangre de cualquier otro hombre. Por esto su registro de pecado permanece contra ellos, condenándolos. No hay disponible otro sacrificio para expiar su pecado y así protegerlos de la ejecución de la venganza de Dios. Dado que éste es el caso, ellos tienen que pagar la pena cabal por sus pecados... muerte eterna.
Simplemente no hay manera de ayudar a los que rechazan la provisión del rescate para que se arrepientan y recobren una posición aprobada con Jehová Dios. “Es imposible,” dice la Biblia, “tocante a los que una vez por todas han sido iluminados, y que han gustado el don gratuito celestial, y que han llegado a ser participantes de espíritu santo, y que han gustado la excelente palabra de Dios y los poderes del sistema de cosas venidero, pero que han caído en la apostasía, revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de nuevo fijan en el madero al Hijo de Dios para sí mismos.”—Heb. 6:4-6.
Así podemos ver que, aunque el Altísimo desea que todos sean salvos, no todos lo serán. Muchos seguirán rehusando aceptar el único medio de salvación; otros, después de aceptarlo, quizás lleguen a ser individuos impenitentes que insisten en seguir pecando y así pierdan los beneficios expiatorios del sacrificio de Cristo. Esto encierra una advertencia para todos los que desean ser salvos del pecado y la muerte. Nos es preciso ejercer cuidado para no presumir de la misericordia de Dios, cediendo a los deseos de la carne pecaminosa, y así quizás llegar al punto en que ya no es posible el arrepentimiento.


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