domingo, 16 de julio de 2017

El Martillo de las brujas



SIGLOS atrás, Europa vivió una época en la que el miedo a la brujería condujo a cazas de brujas y ejecuciones, sobre todo en Alemania, Bélgica, Francia, el norte de Italia, Holanda, Luxemburgo y Suiza.  
El libro Witch Hunts in the Western World (Cazas de brujas en el mundo occidental) asegura que “murieron decenas de miles de personas en Europa y las colonias europeas, y millones sufrieron torturas, arrestos, interrogatorios, odios, vergüenza y terror”.  
¿Cómo surgió la histeria colectiva? ¿Cómo se alimentó?
La Inquisición y El martillo de las brujas
Una de las instituciones protagonistas de esta historia fue la Inquisición, la cual fue concebida por la Iglesia Católica en el siglo XIII a fin de “convertir a los herejes y evitar que otros se extraviaran”, explica el libro Der Hexenwahn (Obsesión por cazar brujas). 
La Inquisición se convirtió en la policía de la Iglesia.
El 5 de diciembre de 1484, el papa Inocencio VIII emitió una bula, o documento papal, que condenaba la brujería. 

Además, autorizó a dos inquisidores a combatir la amenaza: Jakob Sprenger y Heinrich Kramer (también conocido por su nombre latino, Henricus Institoris). 
Entre los dos produjeron una obra llamada Malleus Maleficarum, o El martillo de las brujas, que fue reconocido por católicos y protestantes como la máxima autoridad en materia de brujas. 
Contenía historias fantásticas tomadas de la tradición popular, así como argumentos teológicos y legales en su contra. 
Además, ofrecía pautas para la identificación y eliminación de brujas.  
El martillo de las brujas ha sido calificada “la obra más despiadada [...], la más perjudicial de la literatura universal”.
El martillo de las brujas ha sido calificada “la obra más despiadada [...], la más perjudicial de la literatura universal”
No hacían falta pruebas para acusar a alguien de brujería. Según el libro Hexen und Hexenprozesse (Brujas y juicios de brujas), los juicios “tenían el único propósito de hacer confesar al acusado, ya fuera mediante la persuasión, la intimidación o la fuerza”. 
La tortura era muy común.
La bula papal y El martillo de las brujas desataron cacerías por toda Europa. 
Los inquisidores contaban con una tecnología nueva, la imprenta, la cual ayudó a que la histeria llegara incluso a América.
¿Quiénes eran acusados?
Mucho más del 70% de los acusados eran mujeres, sobre todo viudas, que rara vez tenían quien las defendiera.

 También los pobres, los mayores y las vendedoras de remedios herbolarios, sobre todo si no funcionaban. 

Nadie estaba a salvo, fuera rico o pobre, hombre o mujer, desconocido o importante.

A las “brujas” se las acusaba de toda suerte de males. Supuestamente “causaban heladas y plagas de caracoles y orugas para acabar con los granos y la fruta del mundo”, menciona la revista alemana Damals. 
Si el granizo destruía una cosecha, si una vaca no daba leche, si un hombre era impotente o una mujer era estéril, la culpa debían de tenerla las brujas.

Supuestamente, las brujas no pesaban nada o casi nada, por lo que siempre se pesaba a las sospechosas


¿Cómo se identificaba a una bruja? 
Algunas sospechosas eran amarradas y sumergidas en agua fría, supuestamente bendita. 
Si se hundían, se las consideraba inocentes y eran sacadas del agua. 
Pero si flotaban, eran ejecutadas en el acto o enjuiciadas por practicar brujería. 
A otras las pesaban, pues se creía que las brujas no pesaban nada o casi nada.

Otra prueba consistía en buscar la “marca del Diablo”, una “señal hecha por el Diablo en el cuerpo del brujo para sellar su pacto”, comenta la obra Witch Hunts in the Western World. 
Los oficiales “afeitaban el cabello de los acusados y les revisaban hasta el último orificio”... ¡en público! 
Entonces pinchaban con una aguja los lunares, verrugas o cicatrices que encontraban. 
Si el pinchazo no dolía o no sangraba, se consideraba la marca del Diablo.

Muchos soberanos de Europa promovieron las cazas de brujas. 
En algunas regiones, los protestantes lo hicieron incluso con más ferocidad que los católicos. 
Sin embargo, con el tiempo comenzó a prevalecer la razón. 

Por ejemplo, en 1631, Friedrich Spee, sacerdote jesuita que había acompañado a muchas “brujas” a la hoguera, escribió que, en su opinión, todas eran inocentes. 
Advirtió que si no se detenían las cacerías, Alemania se quedaría sin habitantes. 
Por su lado, los médicos empezaron a reconocer que los ataques epilépticos y problemas similares se debían a enfermedades, no a posesiones demoníacas. Los juicios disminuyeron drásticamente durante el siglo XVII, y para finales de dicho siglo casi habían desaparecido.


Este episodio tan espantoso de la historia nos enseña lo que ocurre cuando las personas que se hacen llamar cristianas sustituyen las verdades que enseñó Jesucristo por mentiras y supersticiones: se abre la puerta a todo tipo de maldad. 

La Biblia ya había predicho que habría hombres infieles que traerían deshonra al cristianismo y que por su culpa se hablaría mal del camino de la verdad (2 Pedro 2:1, 2).

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