La
presciencia de Dios
LA MANERA en que
entendamos la presciencia de Dios y cómo él ejerce ese poder
asombroso puede afectar seriamente nuestra relación con Dios. Sin
embargo, para ver correctamente el asunto es preciso reconocer
ciertos factores.
Primero, se dice
claramente en la Biblia que Dios puede preconocer y predeterminar.
Jehová mismo presenta como prueba de su Divinidad esta habilidad que
tiene de preconocer y predeterminar acontecimientos de salvación y
liberación, así como también actos de juicio y castigo, y entonces
hacer que se cumplan esos acontecimientos. (Isa. 44:6-9; 48:3-8) Esta
presciencia y predeterminación divinas forman la base de toda
profecía verdadera. (Isa. 42:9; Jer. 50:45; Amós 3:7, 8) Dios
desafía a los dioses de las naciones que se oponen a su pueblo a que
suministren prueba de la divinidad que se les atribuye a sus
dioses-ídolos, instando a estos dioses a que lo hagan prediciendo
actos de salvación o juicio semejantes y luego los cumplan. La
impotencia de éstos en este sentido demuestra que los ídolos de las
naciones son ‘simple viento e irrealidad.’—Isa. 41:1-10, 21-29;
43:9-15; 45:20, 21.
Un segundo factor que
debe considerarse es el libre albedrío de las criaturas inteligentes
de Dios. Las Escrituras muestran que Dios extiende a estas criaturas
el privilegio y la responsabilidad de elegir lo que quieren hacer, de
ejercer libre albedrío (Deu. 30:19, 20; Jos. 24:15),
haciéndolas así responsables de sus actos. (Rom. 14:10-12; Heb.
4:13) En consecuencia, no son simples autómatas o robots. El
hombre realmente no podría haber sido creado a la “imagen de
Dios” si no tuviese libre albedrío. (Gén. 1:26, 27)
Lógicamente, no debe haber ningún conflicto entre la
presciencia de Dios (así como su predeterminación) y el libre
albedrío de sus criaturas inteligentes.
Otro factor que debe
considerarse, que a veces se pasa por alto, es el de las normas
morales y cualidades de Dios, incluso su justicia, honradez e
imparcialidad, su amor, misericordia y bondad, según se revelan en
la Biblia. El entendimiento a que cualquiera llegue del uso que Dios
hace de las facultades de presciencia y predeterminación, por lo
tanto, tiene que armonizar no solo con algunos de estos
factores, sino con todos ellos.
Claramente, lo que Dios
preconoce inevitablemente tiene que cumplirse, de modo que Dios puede
llamar “las cosas que no son como si fueran.” (Rom. 4:17)
Entonces surge la pregunta: ¿Es infinito, ilimitado, su ejercicio de
la presciencia? ¿Prevé y preconoce todas las acciones futuras de
todas sus criaturas? Y, ¿predetermina esas acciones o hasta
predestina cuál será el destino final de todas sus criaturas,
haciéndolo hasta antes de que hayan llegado a existir?
¿O ejerce Dios su
presciencia con selectividad y discreción, de modo que todo lo que
opte por prever y preconocer lo prevea y preconozca, pero lo que
no opte por prever o preconocer no lo prevea o preconozca?
Y, en vez de que su determinación venga antes de la existencia de
sus criaturas, ¿aguarda la determinación por Dios del destino
eterno de sus criaturas el juicio que rinda del proceder de ellas en
la vida y la actitud que demuestren bajo prueba? Las respuestas a
estas preguntas forzosamente tienen que provenir de las Escrituras
mismas.
PUNTO
DE VISTA DE CREYENTES EN PREDESTINACIÓN
El punto de vista de que
es infinito el ejercicio por Dios de su presciencia y que él sí
preordina el derrotero y destino de todos los individuos se conoce
como predestinacionismo. Sus defensores razonan que la divinidad y
perfección de Dios requieren que sea omnisciente (que todo lo sabe),
no solo tocante al pasado y al presente, sino también tocante
al futuro. El que él no preconociera todo asunto, incluso todos
sus detalles, patentizaría imperfección, según este concepto.
Pero considere las
connotaciones de este punto de vista acerca de la predestinación.
Este concepto significaría que, antes de crear a los ángeles o al
hombre terrestre, Dios ejerció sus facultades de presciencia y
previó y preconoció todo lo que resultaría de esa creación,
incluso la rebelión de uno de sus hijos espíritus, la rebelión
subsecuente de la primera pareja humana en Edén (Gén. 3:1-6; Juan
8:44), y todas las consecuencias malas de dicha rebelión hasta el
día actual y más allá de él. Esto forzosamente querría decir que
toda la iniquidad que ha registrado la historia (la delincuencia y la
inmoralidad, la opresión y el sufrimiento resultantes, la mentira y
la hipocresía, la adoración falsa y la idolatría) existía en otro
tiempo, antes del principio de la creación, solo en la mente de
Dios, en la forma de su presciencia del futuro.
Si el Creador de la
humanidad de veras hubiera ejercido su poder para preconocer todo lo
que la historia ha visto desde la creación del hombre, entonces la
fuerza plena de toda la iniquidad que resultó después fue
deliberadamente puesta en marcha por Dios cuando dijo las palabras:
“Hagamos un hombre.” (Gén. 1:26) Estos hechos ponen en tela de
juicio la racionalidad y consistencia del concepto del
predestinacionismo; particularmente dado que el discípulo Santiago
muestra que el desorden y otras cosas viles no se originan de la
presencia celestial de Dios, sino que son de fuente “terrenal,
animal, demoníaca.”—Sant. 3:14-18.
El argumento de que el
no preconocer Dios todos los acontecimientos y circunstancias
futuros en pleno detalle haría patente imperfección de su parte es,
en realidad, un punto de vista arbitrario de lo que es perfección. A
la larga, la propia voluntad y el beneplácito de Dios son los
factores concluyentes en cuanto a si algo es perfecto, no las
opiniones o conceptos humanos.—2 Sam. 22:31; Isa. 46:10.
Para ilustrar esto, la
omnipotencia de Dios es innegablemente perfecta y es de capacidad
infinita. (1 Cró. 29:11, 12; Job 36:22; 37:23)
No obstante, su perfección de fuerza no requiere que él
use su poder al grado pleno de su omnipotencia en ninguno ni en
todos los casos. Claramente él no lo ha hecho, porque, de lo
contrario, no simplemente habrían sido destruidas ciertas
ciudades antiguas y algunas naciones, sino que la Tierra y cuanta
cosa hay en ella habrían sido arrasadas hace mucho por las
ejecuciones de juicio de Dios, como en el Diluvio y en otras
ocasiones. (Gén. 6:5-8; 19:23-25, 29) Por lo tanto, el ejercer
Dios su poder no quiere decir simplemente desatar poder
ilimitado, sino que constantemente está gobernado por su propósito
y templado con su misericordia, donde se merece.—Neh. 9:31; Sal.
78:38, 39.
Así mismo, si, en
ciertos respectos, Dios opta por ejercer su habilidad infinita de
presciencia ejerciendo selección y al grado que le agrada, entonces
ciertamente ningún humano ni ángel puede decir con razón:
“¿Qué estás haciendo?” (Job 9:12; Isa. 45:9; Dan. 4:35) Por lo
tanto no se trata de habilidad, de lo que Dios puede
prever, preconocer y predeterminar, pues “para Dios todas las cosas
son posibles.” (Mat. 19:26) Se trata de lo que Dios considere
conveniente o crea necesario prever, preconocer y predeterminar,
porque “todo lo que se deleitó en hacer lo ha hecho.”—Sal.
115:3.
Ejercicio
selectivo de la presciencia
LA ALTERNATIVA del
predestinacionismo, a saber, el ejercicio selectivo o discrecional de
las facultades de presciencia de Dios, tendría que armonizar con las
propias normas justas de Dios y ser consistente con lo que él revela
de sí mismo en su Palabra. En contraste con la teoría del
predestinacionismo, varios textos bíblicos indican el examen que
Dios hizo de una situación que entonces existía y la decisión que
tomó con ese examen como base.
Así sucede que, después
que se desarrolló la iniquidad en las ciudades de Sodoma y Gomorra,
Jehová le notificó a Abrahán su decisión de investigar (por medio
de sus ángeles) para “ver si obran del todo conforme al clamor
acerca de ello que ha llegado a mí, y, si no, podré llegar a
saberlo.” (Gén. 18:20-22; 19:1) Dios habló de ‘haber
llegado a conocer a Abrahán,’ y después que Abrahán llegó al
grado de intentar sacrificar a Isaac, Jehová dijo: “Porque ahora
sé de veras que eres temeroso de Dios puesto que no has
retenido de mí a tu hijo, tu único.”—Gén. 18:19; 22:11, 12.
La presciencia con
ejercicio de selección significa que Dios podría optar por
no preconocer sin restricción todos los actos futuros de
sus criaturas. Esto querría decir que, en vez de que toda la
historia desde la creación en adelante fuese una simple repetición
de lo que ya se había previsto y predeterminado, Dios podría con
toda sinceridad colocar delante de la primera pareja humana la
posibilidad de vida eterna en una Tierra libre de iniquidad. Las
instrucciones que él dio a su primer hijo humano y su primera hija
humana para que actuaran como sus agentes perfectos y exentos de
pecado llenando la Tierra de su prole y haciéndola un paraíso, así
como ejerciendo dominio sobre la creación animal, podrían
expresarse por lo tanto como la concesión de un privilegio
verdaderamente amoroso y como lo que él genuinamente deseaba para
ellos... no el simplemente dar una comisión que, de parte de
ellos, estaba predeterminada al fracaso. Tampoco el que Dios
arreglara una prueba por medio del “árbol del conocimiento de lo
bueno y lo malo” y su creación del “árbol de la vida” en el
jardín de Edén serían actos sin sentido o cínicos, lo cual serían
si él hubiera preconocido que la pareja humana pecaría y jamás
podría comer del “árbol de la vida.”—Gén. 1:28; 2:7-9,
15-17; 3:22-24.
El ofrecer algo muy
deseable a otra persona con la imposición de condiciones que de
antemano se sabe que no pueden cumplirse se reconoce que es
tanto hipócrita como cruel. La posibilidad de vida eterna se
presenta en la Palabra de Dios como una meta para todas las personas,
como una meta que es posible alcanzar. Después de instar a sus
oyentes a ‘seguir pidiendo y buscando’ cosas buenas de Dios,
Jesús indicó que un padre no le da una piedra o una serpiente
a su hijo que pide pan o pescado. Mostrando cómo veía su Padre esto
de defraudar las esperanzas legítimas de una persona, Jesús
entonces dijo: “Por lo tanto, si ustedes, aunque son inicuos, saben
dar buenos dones a sus hijos, ¿con cuánta más razón dará su
Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden?”—Mat.
7:7-11.
Por lo tanto, las
invitaciones y oportunidades para recibir beneficios y bendiciones
eternas que Dios coloca delante de todos los hombres son de buena fe.
(Mat. 21:22; Sant. 1:5, 6) Con toda sinceridad él puede instar
a los hombres a ‘volverse de sus transgresiones y seguir viviendo,’
como lo hizo con el pueblo de Israel. (Eze. 18:23, 30-32)
Lógicamente, él no podría hacer esto si preconociera que
individualmente estaban destinados a morir en iniquidad. Como Jehová
le dijo a Israel: “Ni dije yo a la descendencia de Jacob:
‘Búsquenme sencillamente para nada.’ Yo soy Jehová, que hablo
lo que es justo, que informo lo que es recto. . . .
Diríjanse a mí y sean salvos, todos ustedes que están en los cabos
de la tierra.”—Isa. 45:19-22.
De manera semejante, el
apóstol Pedro escribe: “No es lento Jehová respecto a su
promesa [de la presencia del día de Jehová], según lo que algunos
consideran lentitud, sino que es paciente para con ustedes porque
no desea que ninguno sea destruido, sino desea que todos
alcancen el arrepentimiento.” (2 Ped. 3:9, 12) Si Dios ya
preconocía y había predeterminado milenios antes exactamente cuáles
individuos recibirían la salvación eterna y cuáles individuos
recibirían destrucción eterna, bien se pudiera preguntar cuánto
significado pudiera tener esa ‘paciencia’ de Dios y cuán genuino
pudiera ser su deseo de que “todos alcancen el arrepentimiento.”
El inspirado apóstol Juan escribió que “Dios es amor,” y el
apóstol Pablo declara que el amor ‘espera todas las cosas.’
(1 Juan 4:8; 1 Cor. 13:4, 7) Armoniza con esta
sobresaliente cualidad divina el que Dios ejerza una actitud
genuinamente sincera, bondadosa, para con todas las personas, deseoso
de que consigan la salvación, hasta que ellas demuestren que son
indignas, que no hay esperanza para ellas. (Compare con 2 Pedro
3:9; Hebreos 6:4-12.) Por eso el apóstol Pablo habla de la “cualidad
bondadosa de Dios [que] está tratando de conducirte al
arrepentimiento.”—Rom. 2:4-6.
Finalmente, no podría
decirse verazmente que el sacrificio de rescate de Cristo Jesús se
hizo disponible a todos los hombres, si la oportunidad de recibir sus
beneficios ya estuviera irrevocable e irreparablemente obstruida para
algunos —quizás para millones de individuos— por la presciencia
de Dios, aun antes de que nacieran ellos, de modo que éstos jamás
tuvieran la posibilidad de probar que fueran dignos de recibirlos.
(2 Cor. 5:14, 15; 1 Tim. 2:5, 6; Heb. 2:9) Es
obvio que la imparcialidad de Dios no es una simple metáfora.
“En toda nación el que le teme [a Dios] y obra justicia le es
acepto.” (Hech. 10:34, 35; Deu. 10:17; Rom. 2:11) Es real y
genuinamente accesible la opción que tienen todos los hombres de
‘buscar a Dios, por si acaso busquen a tientas y verdaderamente lo
hallen, aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de
nosotros.’ (Hech. 17:26, 27) No se pone de manifiesto una
esperanza vacía ni promesa hueca, por lo tanto, en la
exhortación divina que se da al fin del libro de Revelación, que
invita: “Cualquiera que oye diga: ‘¡Ven!’ Y cualquiera que
tenga sed venga; cualquiera que desee tome del agua de vida
gratis.”—Rev. 22:17.
Cosas
preconocidas por Dios
POR todo el registro
bíblico, el ejercicio de la presciencia y predeterminación de Dios
está enlazado consistentemente con sus propios propósitos y
voluntad. Puesto que los propósitos de Dios se llevan a cabo con
toda seguridad, él puede preconocer los resultados, la realización
final de sus propósitos, y puede predeterminarlos, así como también
los pasos que crea conveniente dar para efectuarlos. (Isa. 14:24-27)
Por eso, se dice de Jehová que ‘forma’ su propósito con
respecto a acontecimientos o acciones futuros. (2 Rey. 19:25;
Isa. 46:11) Como el Gran Alfarero, Dios “opera todas las cosas
conforme a la manera que su voluntad aconseja,” en armonía con su
propósito (Efe. 1:11), y “hace que todas sus obras cooperen
juntas” para el bien de los que lo aman. (Rom. 8:28) Por lo tanto,
es específicamente en relación con sus propios propósitos
predeterminados que Dios declara “desde el principio el final, y
desde hace mucho las cosas que no se han hecho.”—Isa.
46:9-13.
Cuando Dios creó a la
primera pareja humana eran perfectos, y Dios pudo contemplar el
resultado de toda su obra creativa y encontrarlo “muy bueno.”
(Gén. 1:26, 31; Deu. 32:4) En vez de preocuparse
desconfiadamente por lo que hiciera en el futuro la pareja humana, el
registro dice que él “procedió a reposar.” (Gén. 2:2) Él pudo
hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabiduría suprema,
ninguna acción, circunstancia o contingencia futura podría
presentar un obstáculo insuperable o un problema irremediable que
obstruyera la realización de su propósito soberano.—2 Cró.
20:6; Isa. 14:27; Dan. 4:35.
PRESCIENCIA
EN CUANTO A CLASES DE PERSONAS
Se presentan casos en los
cuales Dios preconoció el derrotero que emprenderían ciertos
grupos, naciones o la mayoría de la humanidad, de modo
que predijo el derrotero básico de las acciones futuras de éstos y
predeterminó la acción correspondiente que él tomaría en cuanto a
ellos. Sin embargo, presciencia o predeterminación de esa índole
no priva a los individuos dentro de esos grupos colectivos o
divisiones de la humanidad del ejercicio del libre albedrío en
cuanto al derrotero en particular que quieren seguir. Esto se puede
ver en los siguientes ejemplos:
Antes del diluvio del día
de Noé, Jehová anunció su propósito de efectuar este acto de
destrucción, que resultaría en pérdida de vida humana, así como
de vida animal. Sin embargo, el relato bíblico muestra que esa
determinación divina se hizo después que se desarrollaron las
condiciones que requirieron aquella acción. Además, Dios, que puede
‘conocer el corazón de los hijos de la humanidad,’ hizo un
examen y descubrió que “toda inclinación de los pensamientos de
su corazón [de la humanidad] era solamente mala todo el tiempo.”
(2 Cró. 6:30; Gén. 6:5) Sin embargo unos individuos,
Noé y su familia, obtuvieron el favor de Dios y escaparon de aquella
destrucción.—Gén. 6:7, 8; 7:1.
Así mismo sucedió con
la nación de Israel; aunque Dios le dio la oportunidad de llegar a
ser un “reino de sacerdotes y una nación santa” por medio de
guardar su pacto, unos cuarenta años después, cuando la nación
estaba a las fronteras de la Tierra Prometida, Jehová predijo que
ésta quebrantaría su pacto y, como nación, él la abandonaría.
Sin embargo, esta presciencia no fue sin base previa, pues ya
había quedado revelado que había insubordinación y rebelión
nacionales. Por consiguiente, Dios dijo: “Porque bien conozco su
inclinación que van desarrollando hoy antes de introducirlos en la
tierra acerca de la cual he jurado.” (Deu. 31:21; Sal. 81:10-13)
Dios podía preconocer los resultados a los cuales aquella
inclinación manifiesta llevaría ahora en la forma de iniquidad
aumentada sin que él fuera responsable de ello debido a su
presciencia, tal como el que uno sepa de antemano que cierta
estructura construida con materiales inferiores y con trabajo
chapucero se deteriorará no lo hace a uno responsable de ese
deterioro. Ciertos profetas entregaron advertencias proféticas de
las expresiones de juicio predeterminadas de Dios, todas las cuales
se basaban en condiciones y actitudes de corazón ya existentes.
(Sal. 7:8, 9; Pro. 11:19; Jer. 11:20) Sin embargo, en estos
casos también había oportunidad para que individuos respondieran al
consejo, censura y advertencias de Dios y se hicieran dignos de su
favor, y hubo quienes lo hicieron.—Jer. 21:8, 9; Eze. 33:1-20.
El Hijo de Dios, que
también podía leer corazones humanos (Mat. 9:4; Mar. 2:8; Juan
2:24, 25), fue dotado divinamente de poderes de presciencia y
predijo condiciones, acontecimientos y expresiones de juicio divino
futuros. Él predijo el juicio del Gehena para los escribas y los
fariseos como clase (Mat. 23:15, 33), pero no dijo con ello
que cada fariseo o escriba individual estaba predeterminado a la
destrucción, como lo muestra el caso del apóstol Pablo. (Hech.
26:4, 5) Jesús predijo ayes para los populachos de Jerusalén y
otras ciudades que no querían arrepentirse, pero no indicó
que su Padre hubiera predeterminado que cada individuo de esas
ciudades debería sufrir aquellos ayes. (Mat. 11:20-23; Luc.
19:41-44; 21:20, 21) También preconocía en qué resultaría la
inclinación y actitud de corazón de la humanidad y predijo las
condiciones que se habrían desarrollado entre la humanidad para el
tiempo de la “conclusión del sistema de cosas,” así como los
resultados que se producirían al irse realizando los propios
propósitos de Dios.—Mat. 24:3, 7-14, 21, 22.
PRESCIENCIA
RESPECTO A INDIVIDUOS
Además de haber
presciencia en cuanto a clases, ciertos individuos están envueltos
específicamente en predicciones divinas. Entre éstos están Esaú y
Jacob, el Faraón del Éxodo, Sansón, Salomón, Jeremías, Juan el
Bautista, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, Jesús.
En los casos de Sansón,
Jeremías y Juan el Bautista, Jehová ejerció presciencia antes del
nacimiento de éstos. Sin embargo, esta presciencia no especificó
cuál sería el destino final de ellos. Más bien, con esa
presciencia como base, Jehová predeterminó que Sansón viviría
según el voto de los nazareos y que comenzaría a libertar a Israel
de los filisteos, que Jeremías serviría de profeta y que Juan el
Bautista efectuaría una obra preparatoria como precursor del Mesías.
(Jue. 13:3-5; Jer. 1:5; Luc. 1:13-17) Aunque fueron sumamente
favorecidos con esos privilegios, esto no garantizaba que
obtendrían salvación eterna, ni siquiera que permanecerían
fieles hasta la muerte (aunque los tres lo fueron). Así, Jehová
predijo que uno de los muchos hijos de David se llamaría Salomón y
predeterminó que Salomón sería utilizado para edificar el templo.
(2 Sam. 7:12, 13; 1 Rey. 6:12; 1 Cró. 22:6-19)
Sin embargo, aunque fue favorecido de esta manera y hasta tuvo el
privilegio de escribir ciertos libros de las Santas Escrituras,
Salomón cayó en la apostasía en sus años posteriores.—1 Rey.
11:4, 9-11.
Así mismo sucedió en el
caso de Esaú y Jacob, la presciencia de Dios no fijó sus
destinos eternos, sino, más bien, determinó o predeterminó cuál
de los grupos nacionales que descenderían de estos dos hijos
conseguiría la posición dominante sobre el otro. (Gén. 25:23-26)
Este dominio previsto también señaló que Jacob ganaría el derecho
del primogénito, un derecho que llevaba consigo el privilegio de ser
de la línea de descendencia por medio de la cual vendría la
“descendencia” abrahámica. (Gén. 27:29; 28:13, 14) De esta
manera Jehová Dios aclaró que el que él seleccionara a ciertos
individuos para determinados usos no está circunscrito por las
costumbres o procedimientos usuales que se conforman a lo que los
hombres esperan. Tampoco se distribuyen los privilegios divinamente
asignados solo sobre la base de obras, de modo que alguien creyera
que se habría ‘ganado el derecho’ a tales privilegios y que
éstos ‘se le debieran.’ El apóstol Pablo enfatizó este punto
al mostrar por qué Dios, por bondad inmerecida, pudo conceder a las
naciones gentiles privilegios que en otro tiempo, aparentemente, le
estaban reservados a Israel.—Rom. 9:1-6, 10-13, 30-32.
La cita que Pablo hizo
acerca de que ‘Jehová le tenía amor a Jacob [Israel] y odio a
Esaú [Edom]’ es de Malaquías 1:2, 3, algo que se escribió
mucho después del tiempo de Jacob y Esaú. De modo que la Biblia
no necesariamente dice que Jehová tenía esa opinión de los
gemelos antes de su nacimiento. Es un hecho establecido
científicamente que gran parte de la disposición general y
temperamento del niño se determinan al tiempo de la concepción,
debido a los factores genéticos que contribuye cada padre. El hecho
de que Dios puede ver esos factores es evidente por sí mismo; David
dice de Jehová que vio “hasta mi embrión.” (Sal. 139:14-16; vea
también Eclesiastés 11:5.) No se puede decir a qué grado
afectó tal discernimiento divino la predeterminación de Jehová
respecto a los dos muchachos, pero, en todo caso, el escoger a Jacob
en vez de Esaú en sí no condenó a la destrucción a Esaú
ni a sus descendientes, los edomitas. El “cambio de parecer”
que Esaú buscó encarecidamente con lágrimas, sin embargo, solo fue
un esfuerzo infructuoso por cambiar la decisión de su padre Isaac de
que la bendición especial del primogénito permaneciera enteramente
en Jacob. De modo que esto no indicó arrepentimiento alguno
delante de Dios de parte de Esaú en cuanto a su actitud
materialista.—Gén. 27:32-34; Heb. 12:16, 17.
Estos casos de
presciencia antes del nacimiento del individuo, por lo tanto,
no están en pugna con las cualidades reveladas y normas
anunciadas de Dios. Tampoco hay indicación alguna de que Dios haya
obligado a los individuos a obrar contra la propia voluntad de ellos.
En los casos de Faraón, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios,
no hay evidencia alguna de que la presciencia de Jehová se haya
ejercido antes que la persona viniera a existir. Dentro de estos
casos individuales se ilustran ciertos principios que tienen que ver
con la presciencia y predeterminación de Dios.
Uno de estos principios
es que Dios prueba a los individuos causando o permitiendo ciertas
circunstancias o acontecimientos, o haciendo que estos individuos
oigan sus mensajes inspirados, con el resultado de que ellos se ven
en la necesidad de ejercer su libre albedrío para tomar una decisión
y así revelar una actitud de corazón definida, leída por Jehová.
(Pro. 15:11; 1 Ped. 1:6, 7; Heb. 4:12, 13) Según la
manera en que respondan los individuos, Dios también puede
moldearlos en el derrotero que han escogido de su propia voluntad.
(1 Cró. 28:9; Sal. 33:13-15; 139:1-4, 23, 24) Se ve, pues, que
el “corazón del hombre terrestre” primero se inclina hacia
cierto camino antes que Jehová dirija los pasos de dicho individuo.
(Pro. 16:9; Sal. 51:10) Bajo prueba, la condición de corazón de uno
puede hacerse fija, ya sea endurecida en la injusticia y la rebelión
como lo fue el corazón del Faraón al tiempo del Éxodo, o hecha
firme en devoción inquebrantable a Jehová Dios y en hacer su
voluntad. (Éxo. 4:21; 8:15, 32) Habiendo alcanzado este punto
por su propio albedrío, el resultado final del derrotero del
individuo ya se puede preconocer y predecir sin injusticia y sin
violar de modo alguno el libre albedrío del hombre.—Compare con
Job 34:10-12.
El derrotero de traición
de Judas Iscariote cumplió profecía divina y demostró la
presciencia de Jehová, y también la de su Hijo. (Sal. 41:9;
55:12, 13; 109:8; Hech. 1:16-20) No obstante, no puede
decirse que Dios haya predeterminado o predestinado a Judas mismo a
ese derrotero. Las profecías pronosticaron que algún conocido
íntimo de Jesús sería quien lo traicionaría, pero
no especificaron cuál de los que compartían aquella relación
íntima sería. De nuevo, los principios bíblicos no dan lugar
a la posibilidad de que Dios haya predeterminado las acciones de
Judas. La norma divina declarada por el apóstol es: “Nunca
impongas las manos apresuradamente a ningún hombre; ni seas
partícipe de los pecados ajenos; consérvate casto.” (1 Tim.
5:22) Algo que hace claro cuánto le interesaba a Jesús que la
selección de sus doce apóstoles fuese hecha sabia y apropiadamente
es el hecho de que pasó la noche en oración a su Padre antes de dar
a conocer su decisión. (Luc. 6:12-16) Si Judas ya hubiera estado
predeterminado divinamente para ser traidor, esto resultaría en que
hubiera inconsistencia en la dirección y guía de Dios y, según la
regla, lo haría participante de los pecados que el predeterminado
cometiera.
Por lo tanto, parece
patente que cuando Judas fue escogido como apóstol su corazón
no presentaba evidencia definida de una actitud de traición. Él
permitió que ‘brotara una raíz venenosa’ y que lo contaminara,
con el resultado de que se desviara y de que no aceptara la
dirección de Dios, sino la guía del Diablo, que lo llevó a un
derrotero de robo y traición. (Heb. 12:14, 15; Juan 13:2; Hech.
1:24, 25; Sant. 1:14, 15) Para cuando esa desviación llegó
a cierto punto, Jesús mismo pudo leer el corazón de Judas y
predecir su acto traicionero.—Juan 13:10, 11.
Es verdad que en el
relato de Juan 6:64, cuando algunos discípulos tropezaron por
ciertas enseñanzas de Jesús, leemos que “Jesús sabía desde el
principio quiénes eran los que no creían y quién era el que
lo traicionaría.” Aunque la palabra “principio” se usa en
2 Pedro 3:4 para referirse al comienzo de la creación, también
puede referirse a otras ocasiones. (Luc. 1:2; Juan 15:27) Por
ejemplo, cuando el apóstol Pedro dijo que el espíritu santo cayó
sobre los gentiles “así como también cayó sobre nosotros al
principio,” estaba refiriéndose al día del Pentecostés, 33 E.C.,
al “principio” del derramamiento del espíritu santo con cierto
propósito. (Hech. 11:15; 2:1-4) Por lo tanto es interesante notar
este comentario sobre Juan 6:64 en Critical, Doctrinal, and
Homiletical Commentary, por Schaff-Lange: “[‘Principio’]
significa, no metafísicamente desde el principio de todas las
cosas. . . . , ni desde el principio de
conocer Él [Jesús] a cada uno . . . , ni desde
el principio de congregar Él a los discípulos en torno de sí,
ni el principio de Su ministerio mesiánico . . . ,
sino desde los primeros gérmenes secretos de incredulidad [que
hicieron tropezar a algunos discípulos]. Así también Él conoció
al que lo traicionaría desde el principio.”—Compare con 1 Juan
3:8, 11, 12.
EL
MESÍAS
Jehová Dios preconoció
y predijo los sufrimientos del Mesías, la muerte que sufriría y su
resurrección subsiguiente. (Hech. 2:22, 23, 30, 31; 3:18; 1 Ped.
1:10, 11) El que se realizaran las cosas determinadas por el
hecho de que Dios ejerciera esa presciencia dependía en parte de que
Dios ejerciera su propio poder y en parte de las acciones de los
hombres. (Hech. 4:27, 28) Sin embargo, aquellos hombres
voluntariamente dejaron que los engañara el adversario de Dios,
Satanás el Diablo. (Juan 8:42-44; Hech. 7:51-54) Por consiguiente,
así como los cristianos del día de Pablo no estaban “en
ignorancia de sus designios [de Satanás],” Dios previó los deseos
y métodos inicuos que proyectaría su adversario contra su Ungido.
(2 Cor. 2:11) Obviamente, el poder de Dios también podía
desbaratar o hasta obstruir cualesquier ataques o esfuerzos dirigidos
contra el Mesías que no concordaran con la manera o tiempo
profetizados.
La declaración del
apóstol Pedro de que Cristo, como el Cordero de sacrificio de Dios,
fue “preconocido antes de la fundación [inflexión del griego
katabolé] del mundo [kosmou]” es interpretada por
los defensores del predestinacionismo como que quiere decir que Dios
ejerció esa presciencia antes de la creación de la humanidad.
(1 Ped. 1:19, 20) La palabra griega katabolé,
traducida “fundación,” significa literalmente “un echar o
colocar en dirección hacia abajo,” y puede referirse a la
‘concepción’ de descendencia, como en Hebreos 11:11, que hace
referencia a que Abrahán echó semen humano abajo para engendrar un
hijo y a que Sara recibió este semen para ser fecundada. Aunque hubo
la “fundación” de un mundo de la humanidad cuando Dios creó a
la primera pareja humana, como se muestra en Hebreos 4:3, 4, esa
pareja después perdió por desobediencia la posición que tenían
como hijos de Dios. (Gén. 3:22-24; Rom. 5:12) No obstante, por
la bondad inmerecida de Dios, se les permitió el echar (sembrar)
semen abajo y concebir descendencia y producir hijos, uno de los
cuales la Biblia muestra específicamente que consiguió el favor de
Dios y se colocó en situación de recibir redención y salvación, a
saber, Abel. (Gén. 4:1, 2; Heb. 11:4) Es digno de notarse que
en Lucas 11:49-51 Jesús hace referencia a “la sangre de todos los
profetas derramada desde la fundación del mundo,” y pone en
paralelo esto con las palabras, “desde la sangre de Abel hasta la
sangre de Zacarías.” Así Jesús relaciona a Abel con la
“fundación del mundo,” con aquel período de tiempo general.
El Mesías o Cristo
habría de ser la Descendencia prometida por medio de quien todas las
personas justas de todas las familias de la Tierra se bendecirían.
(Gál. 3:8, 14) La primera mención de una “descendencia” de
esa índole vino después que la rebelión en Edén ya se había
iniciado, pero antes del nacimiento de Abel. (Gén. 3:15) Esto fue
más de cuatro mil años antes que se hiciera la revelación del
“secreto sagrado” de la administración que vendría por medio
del Mesías; por consiguiente, verdaderamente fue “guardado en
silencio por tiempos de larga duración.”—Rom. 16:25-27; Efe.
1:8-10; 3:4-11.
A su debido tiempo Jehová
Dios asignó a su propio Hijo primogénito para que cumpliera el
papel profetizado de la “descendencia” y llegara a ser el Mesías.
No hay nada que muestre que ese Hijo fue “predestinado” a
semejante papel aun antes de su creación o antes que la rebelión
estallara en Edén. La selección que con el tiempo Dios hizo de él
como el encargado de cumplir las profecías tampoco se hizo sin base
previa. El período de asociación íntima entre Dios y su Hijo antes
que el Hijo fuera enviado a la Tierra sin duda resultó en que Jehová
‘conociera’ a su Hijo a tal grado que podía estar seguro de que
su Hijo cumpliría fielmente las promesas y cuadros
proféticos.—Compare con Romanos 15:5; Filipenses 2:5-8; Mateo
11:27; Juan 10:14, 15.
LOS
‘LLAMADOS Y ESCOGIDOS’
Quedan aquellos textos
que tratan de los cristianos “llamados” o “escogidos.” (Jud.
1; Mat. 24:24) Se les describe como “escogidos según la
presciencia de Dios” (1 Ped. 1:1, 2), ‘escogidos antes
de la fundación del mundo,’ ‘predeterminados a la adopción como
hijos de Dios’ (Efe. 1:3-5, 11), ‘elegidos desde el
principio para salvación y llamados a este mismísimo destino.’
(2 Tes. 2:13, 14) El entendimiento de estos textos depende
de si se refieren a la predeterminación de ciertas personas
individuales, o si describen la predeterminación de una clase de
personas, a saber, la congregación cristiana, el “un solo cuerpo”
(1 Cor. 10:17) de los que serán coherederos con Cristo Jesús
en su reino celestial.—Efe. 1:22, 23; 2:19-22; Heb. 3:1, 5, 6.
Si estas palabras aplican
a individuos específicos como predeterminados a salvación eterna,
entonces se desprende que esos individuos jamás podrían resultar
infieles ni fallar en su llamada, porque el que Dios los
preconociera no podría resultar inexacto y el que él los
predeterminara a cierto destino jamás podría ser frustrado o
desbaratado. No obstante, los mismos apóstoles que fueron
inspirados a escribir las palabras ya citadas mostraron que algunos
que fueron ‘comprados’ y ‘santificados’ por la sangre del
sacrificio de rescate de Cristo y que habían “gustado el don
gratuito celestial” y “han llegado a ser participantes de
espíritu santo . . . y los poderes del sistema de
cosas venidero” apostatarían de modo que les sería imposible
arrepentirse y se acarrearían destrucción.—2 Ped. 2:1, 2,
20-22; Heb. 6:4-6; 10:26-29.
Por otra parte, si se
considera que aplican a una clase, a la congregación cristiana o
“nación santa” de llamados en conjunto (1 Ped. 2:9), los
textos previamente citados significarían que Dios preconoció y
predeterminó que se produciría una clase de esta índole (pero
no específicamente a los individuos que la formarían).
También, estos textos significarían que él prescribió o
predeterminó el ‘modelo’ al cual tendrían que conformarse todos
los que al debido tiempo fueran llamados para ser miembros de ella,
todo esto según su propósito. (Rom. 8:28-30; Efe. 1:3-12; 2 Tim.
1:9, 10) Él también predeterminó las obras que se esperaría
que éstos llevaran a cabo y el que fueran probados debido a los
sufrimientos que el mundo les causaría.—Efe. 2:10; 1 Tes.
3:3, 4.
Por consiguiente, el
ejercicio de la presciencia de Dios no nos libra de la
responsabilidad de esforzarnos por cumplir con su voluntad justa.
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