Cinco
falacias comunes. No se deje engañar por ellas
“QUE nadie los engañe
con palabras vacías.”
Este consejo se dio hace casi dos mil años
y sigue siendo tan oportuno como siempre.
Hoy día se nos bombardea
por todas partes con lenguaje persuasivo:
las estrellas de cine lo
utilizan para ofrecer productos de belleza, los políticos para
promover sus ideas, los vendedores para promocionar sus artículos y
los clérigos para exponer su doctrina.
Con demasiada frecuencia el
lenguaje persuasivo resulta ser engañoso, poco más que palabras
vacías.
Sin embargo, la gente en general se deja engañar por él
con facilidad.
Eso suele ocurrir cuando
la gente no distingue entre una verdad y una falacia.
Los
estudiantes de lógica utilizan la palabra “falacia” para
describir todo aquello que se aleja del razonamiento lógico.
En
otras palabras, una falacia es un argumento engañoso o erróneo en
el que la conclusión no se infiere de proposiciones anteriores
o premisas.
No obstante, como las falacias suelen apelar a las
emociones, y no a la razón, pueden ser muy persuasivas.
Un factor clave para que
una falacia no nos engañe es conocer cómo opera.
Por eso, y a
fin de agudizar la “facultad de raciocinio” de la que Dios nos ha
dotado (Romanos 12:1), examinemos cinco tipos comunes de falacia.
FALACIA
NÚMERO 1
Descalificación
de la persona
Este tipo de falacia trata de refutar o poner
en duda un argumento o declaración perfectamente válido por medio
de descalificar a la persona que lo presenta.
Consideremos un ejemplo
que aparece en la Biblia. En cierta ocasión Jesucristo intentaba
informar a otros acerca de su venidera muerte y resurrección. Aunque
se trataba de conceptos nuevos y difíciles de entender para sus
oyentes, hubo quienes, en lugar de sopesar la solidez de las
enseñanzas de Jesús, quisieron desacreditarle diciendo: “Demonio
tiene, y está loco. ¿Por qué le escuchan?”. (Juan 10:20;
compárese con Hechos 26:24, 25.)
¡Qué fácil es tachar a
alguien de “estúpido”, “loco” o “inculto” cuando dice
algo que no queremos oír! Una táctica similar es la de
desacreditar a la persona de una forma sutil e indirecta. Algunas
expresiones comunes con las que de forma sutil se trata de
descalificar a la persona son: “Si usted de verdad entendiese el
asunto, no opinaría así”, o: “Usted cree eso solo porque
le han dicho que debe creerlo”.
No obstante, aunque los
intentos —directos o indirectos— de descalificar a la persona
pueden intimidar y persuadir, nunca refutan lo que se ha dicho. De
modo que no se deje engañar por esa falacia.
FALACIA
NÚMERO 2
“Lo
dicen los expertos”
Esta forma de intimidación verbal
consiste en tomar como base las declaraciones de los llamados
expertos o gente famosa. Por supuesto, es natural que busquemos el
consejo de personas que saben más que nosotros sobre un tema
específico, pero no toda afirmación fundada en lo que dice
cierta autoridad se basa en razonamiento lógico.
Supóngase que su médico
le dice: “Usted tiene paludismo”, y usted le pregunta: “¿Cómo
lo sabe, doctor?”. ¡Qué irrazonable sería que él le dijese:
“Mire, yo soy médico y sé mucho más de estas cosas que usted.
Créame, usted tiene paludismo”! Aunque es probable que su
diagnóstico sea acertado, afirmar que usted tiene paludismo solo
porque él lo dice es un razonamiento falaz. Sus palabras tendrían
mucho más peso si le presentase hechos: sus síntomas, los
resultados de los análisis de sangre y otras pruebas similares.
Otro ejemplo de personas
que se respaldaron en la opinión de los expertos para intimidar a
otros se registra en Juan 7:32-49. En estos versículos se explica
que se envió a oficiales para que arrestasen a Jesucristo, pero
estos quedaron tan impresionados por su enseñanza que en lugar de
arrestarle, dijeron a sus superiores: “Jamás ha hablado otro
hombre así”. La respuesta de los enemigos de Jesús fue: “Ustedes
no se han dejado extraviar también, ¿verdad? Ni uno de los
gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad?”.
Observe que no hubo el más mínimo intento de refutar la
enseñanza de Jesús, sino que en lo único que se fundaron los
líderes judíos para que nadie hiciese caso de lo que Jesús decía
fue en su propia autoridad como “expertos” en la ley de Moisés.
Es curioso que a los
clérigos de hoy se les ve recurrir a tácticas similares cuando
no pueden probar con la Biblia enseñanzas como la Trinidad, la
inmortalidad del alma y el fuego del infierno.
La publicidad también
suele respaldar el valor de los productos que ofrece recurriendo a la
débil falacia de que eso es lo que aconsejan los expertos. Es común
que ciertas celebridades hablen sobre temas que no tienen nada
que ver con el campo que ellos dominan: un famoso jugador de golf
quizás aconseje la compra de cierta fotocopiadora; puede que un
futbolista profesional promocione frigoríficos, o que un gimnasta
olímpico recomiende cierto tipo de cereal para el desayuno. Muchas
personas no se detienen a pensar que probablemente tales
“autoridades” sepan poco, o quizás nada, sobre los productos que
ofrecen.
Dése cuenta también de
que incluso los que sí son verdaderos expertos pueden, al igual que
todas las demás personas, tener sus propios prejuicios. Un
investigador con grandes credenciales puede afirmar que fumar
no perjudica, pero si esa persona trabaja para una compañía
tabacalera, ¿no resulta sospechoso su testimonio de “experto”?
FALACIA
NÚMERO 3
“Todo
el mundo lo hace”
Con esta falacia se apela a las
emociones, prejuicios y creencias populares. Por lo general la gente
no quiere ser diferente. Tendemos a acobardarnos ante la idea de
expresarnos en contra de alguna opinión generalizada. Esta tendencia
a dar por sentado que la opinión de la mayoría es acertada se
utiliza con mucho éxito en relación con la falacia de “todo el
mundo lo hace”.
Por ejemplo, en una
revista estadounidense muy conocida aparecía un anuncio en el que se
veía a varias personas sonrientes con un vaso de ron en la mano. El
eslogan publicitario era: “Esta es la realidad. Por toda América
la gente se está pasando al ron...”. Una manera obvia de apelar al
“todo el mundo lo hace”.
Pero el que haya personas
que opinen o hagan cierta cosa, ¿significa que usted deba
imitarlas? Además, la opinión popular no es una regla
confiable para medir la verdad. A lo largo de la historia se ha dado
aceptación general a un sinfín de ideas que con el tiempo han
resultado falsas. Sin embargo, la falacia de “todo el mundo lo
hace” persiste, y con esa consigna se insta a la gente a tomar
drogas, cometer adulterio, robar a sus patronos y defraudar al fisco.
Sin embargo, la verdad es
que no todo el mundo hace esas cosas, y aunque sí las hiciesen,
eso no sería razón para que usted imitase su comportamiento.
El consejo que aparece en Éxodo 23:2 es una buena regla general de
conducta: “No debes seguir tras la muchedumbre para fines malos”.
FALACIA
NÚMERO 4
Solo
hay dos alternativas
Con esta falacia se reduce a solo dos lo
que podría ser una amplia gama de opciones. Por ejemplo, a una
persona se le puede decir: “Si no acepta una transfusión de
sangre, morirá”. Debido a su obediencia al mandato bíblico de
‘abstenerse de sangre’ por cualquier vía, los testigos de Jehová
tropiezan muchas veces con este tipo de razonamiento. (Hechos 15:29.)
¿Dónde está el fallo de esta forma de razonar? En que excluye
otras posibilidades válidas. Los hechos muestran que existen
tratamientos alternativos y que la mayoría de las operaciones pueden
llevarse a cabo con éxito sin sangre. Hay cirujanos muy capacitados
que consiguen que los enfermos solo pierdan una cantidad mínima de
sangre. También existe la posibilidad de utilizar fluidos
no sanguíneos para expandir el volumen del plasma. Además, hay
muchas personas que han aceptado transfusiones de sangre y han
muerto, y muchas otras que las han rechazado y siguen viviendo. Así
que la falacia de que solo hay dos alternativas no tiene ningún
fundamento.
Por lo tanto, cuando se
le diga que tiene que decidir entre dos opciones, pregúntese: “¿Es
cierto que solo existen dos alternativas posibles para elegir?
¿Pudiera haber otras?”.
FALACIA
NÚMERO 5
Simplificación
excesiva
Esta falacia consiste en pasar por alto aspectos
pertinentes a la hora de hacer una afirmación o presentar un
argumento, simplificando así en exceso lo que puede ser un tema
complicado.
Por supuesto, no hay
nada malo en simplificar un tema complejo —los buenos maestros lo
hacen constantemente—, pero a veces se simplifica tanto que se
llega al punto de distorsionar la verdad. Por ejemplo, uno pudiera
leer: “La pobreza que existe en los países en vías de desarrollo
se debe al rápido aumento de población”. Esta afirmación tiene
algo de verdad, pero pasa por alto otros aspectos importantes, como
la mala administración política, la explotación comercial y los
factores climatológicos.
La simplificación
excesiva ha resultado en muchos conceptos erróneos relacionados con
la Palabra de Dios, la Biblia. Considere, por ejemplo, el relato de
Hechos 16:30, 31. Allí se dice que un carcelero formuló una
pregunta acerca de la salvación. Pablo respondió: “Cree en el
Señor Jesús y serás salvo”. Muchos han concluido de estas
palabras que para salvarse lo único que se requiere es aceptar
mentalmente a Jesús.
Esto es una
simplificación excesiva. Es cierto que creer en Jesús como nuestro
Rescatador es esencial, pero también es necesario creer en lo que
Jesús enseñó y mandó, y adquirir un entendimiento completo de las
verdades bíblicas, como se pone de relieve cuando a continuación
Pablo y Silas “hablaron la palabra de Jehová [al carcelero] junto
con todos los que estaban en su casa”. (Hechos 16:32.) Además,
para ser salvo también hace falta obediencia. Pablo lo mostró más
tarde cuando escribió que Jesús “vino a ser responsable de la
salvación eterna para todos los que le obedecen”. (Hebreos
5:9.)
Un proverbio antiguo
dice: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el
sagaz considera sus pasos”. (Proverbios 14:15.) De modo que
no caiga en la trampa de las falacias, sino que, en especial
cuando tenga que ver con algo tan vital como la verdad religiosa,
aprenda a distinguir entre una refutación bien fundada de algo que
se afirma y los esfuerzos baratos por descalificar a la persona que
lo afirma. No se deje engañar por falacias débiles como “los
expertos lo dicen”, “todo el mundo lo hace” o “solo hay dos
alternativas”, y esté alerta también ante las simplificaciones
excesivas. Compruebe todos los hechos o, como dice la Biblia,
‘asegúrese de todas las cosas’. (1 Tesalonicenses 5:21.)
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