lunes, 17 de julio de 2017

Cristianismo y la filosofìa griega



¿Enriqueció al cristianismo la filosofía griega?
A pesar de su hostilidad hacia las culturas paganas de Grecia y Roma, la cristiandad asimiló en realidad gran parte de la filosofía clásica.” (The Encyclopedia Americana.)
ENTRE aquellos que tuvieron una influencia decisiva en el pensamiento “cristiano”, “san” Agustín ocupa una posición indiscutible. Según The New Encyclopædia Britannica, “su mente fue el crisol en el que la religión del Nuevo Testamento se fusionó por completo con la tradición platónica de la filosofía griega; y también fue el medio por el que se transmitió el producto de esta fusión a los mundos cristianos del catolicismo romano medieval y del protestantismo renacentista”.
El legado de Agustín todavía perdura. Con relación al grado de influencia que tuvo la filosofía griega en la cristiandad, Douglas T. Holden afirmó: “La teología cristiana ha llegado a fundirse tanto con la filosofía griega que ha producido personas que son una mezcla de nueve partes de pensamiento griego y una de pensamiento cristiano”.
Algunos expertos están firmemente convencidos de que dicha influencia filosófica mejoró el cristianismo en sus comienzos, enriqueció sus enseñanzas y lo hizo más convincente. ¿Es eso cierto? ¿Cómo y cuándo se dejaron sentir los efectos de la filosofía griega? ¿Enriqueció esta realmente al cristianismo, o lo contaminó?
Resulta esclarecedor seguir la evolución de los sucesos que tuvieron lugar entre el siglo tercero antes de la era común y el quinto de nuestra era, analizando cuatro expresiones infrecuentes: 1) “judaísmo helenizado”; 2) “helenismo cristianizado”; 3) “cristianismo helenizado”, y 4) “filosofía cristiana”.
Judaísmo helenizado”
La primera expresión, “judaísmo helenizado”, supone una verdadera contradicción. La religión original de los hebreos, instituida por el Dios verdadero, Jehová, no debía contaminarse con creencias religiosas falsas (Deuteronomio 12:32; Proverbios 30:5, 6). Sin embargo, desde el mismo comienzo, la pureza de su adoración corrió el peligro de corromperse con las prácticas y las ideas religiosas falsas que la rodeaban, tales como las de origen egipcio, cananeo y babilónico. Lamentablemente, Israel permitió que su adoración verdadera se corrompiese en sumo grado (Jueces 2:11-13).
Siglos más tarde, cuando la antigua Palestina llegó a formar parte del Imperio griego, entonces bajo el mando de Alejandro Magno, en el siglo IV a.E.C., esta corrupción alcanzó límites sin precedentes, dejando tras de sí un legado corrosivo y perdurable. Alejandro reclutó a judíos para su ejército, y la relación que estos tuvieron con sus nuevos conquistadores ejerció una gran influencia en el pensamiento religioso judío. Las ideas helenísticas se introdujeron en la educación judía. Se cree que el sumo sacerdote Jasón fundó una academia griega en Jerusalén en el año 175 a.E.C. para promover el estudio de Homero.
Cabe señalar que un escritor samaritano de la segunda mitad del siglo II a.E.C., intentó presentar la historia bíblica como historiografía helenizada. De hecho, los libros apócrifos judíos, tales como Judit y Tobías, aluden a los mitos eróticos griegos. Varios filósofos judíos trataron de reconciliar la Biblia y el judaísmo con la ideología griega.
El mérito de dicha reconciliación se atribuye principalmente a Filón, un judío del siglo primero de nuestra era que se apropió de las doctrinas de Platón (siglo IV a.E.C.), de las pitagóricas y las estoicas. Las ideas de Filón influyeron profundamente en su nación. El escritor judío Max Dimont resumió así la infiltración intelectual de la filosofía griega en la cultura hebrea: “Enriquecidos con el pensamiento platónico, la lógica aristotélica y la ciencia euclidiana, los eruditos judíos abordaron la Torá con nuevos instrumentos. [...] Procedieron a añadir la razón griega a la revelación judía”.
Con el tiempo, los romanos conquistaron el Imperio griego y tomaron Jerusalén, lo que propició cambios aún más significativos. Para el siglo III E.C., las doctrinas filosóficas y religiosas de los pensadores que intentaron desarrollar y sintetizar las ideas de Platón adoptaron su forma definitiva, que hoy se conoce como neoplatonismo. Esta escuela de pensamiento iba a tener una gran influencia en el cristianismo apóstata.
Helenismo cristianizado”
Durante los primeros cinco siglos de nuestra era, ciertos intelectuales trataron de demostrar que existía una relación entre la filosofía griega y la verdad revelada en la Biblia. El libro La historia del cristianismo señala: “Los metafísicos cristianos representarían a los griegos de las décadas que precedieron a Cristo como un grupo de hombres que se debatían viril pero ciegamente para alcanzar el conocimiento de Dios, por así decirlo tratando de conjurar a Jesús como extraído del aire de Atenas, de inventar el cristianismo con sus pobres cabezas paganas”.
Plotino (205-270 E.C.), precursor de estos pensadores, se basó principalmente en la teoría de las ideas de Platón. Introdujo el concepto del alma separada del cuerpo. El profesor E. W. Hopkins dijo de él: “Su teología [...] ejerció bastante influencia en los que encabezaban la opinión cristiana”.
Cristianismo helenizado” y “filosofía cristiana”
Desde el siglo II E.C., las principales mentes del “cristianismo” se esforzaron por llegar a los intelectuales paganos. A pesar de la clara advertencia del apóstol Pablo contra “las vanas palabrerías que violan lo que es santo, y [...] las contradicciones del falsamente llamado ‘conocimiento’”, estos maestros incluyeron entre sus enseñanzas elementos filosóficos de la cultura helenística que los rodeaba (1 Timoteo 6:20). El ejemplo de Filón parecía dar a entender que era posible reconciliar la Biblia con las ideas platónicas (compárese con 2 Pedro 1:16).
Por supuesto, la que realmente salió perjudicada fue la verdad bíblica. Los maestros “cristianos” intentaron demostrar que el cristianismo armonizaba con el humanismo grecorromano. Clemente de Alejandría y Orígenes (siglos II y III E.C.) hicieron del neoplatonismo el fundamento de lo que llegaría a ser la “filosofía cristiana”. Ambrosio (339-397 E.C.), obispo de Milán, se había “embebido de las obras griegas más recientes, tanto cristianas como paganas, especialmente de las [...] del neoplatónico pagano Plotino”. Este trató de proporcionar a los latinos cultos una versión clásica del cristianismo. Agustín siguió su ejemplo.
Un siglo más tarde, Dionisio el Areopagita (llamado también Pseudo-Dionisio), probablemente un monje sirio, intentó fusionar la filosofía neoplatónica con la teología “cristiana”. Según una enciclopedia, sus “escritos dieron la forma neoplatónica definitiva a un gran segmento de la doctrina y la espiritualidad medieval cristianas [...] que ha determinado algunas facetas de su carácter religioso y devoto hasta nuestros días”. Esta fue una flagrante violación de la advertencia del apóstol Pablo contra “la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres” (Colosenses 2:8).
Contaminantes corruptores
Se ha señalado que “los platónicos cristianos dieron prioridad a la revelación y consideraron que la filosofía platónica era el mejor instrumento del que disponían para entender y defender las enseñanzas de las Escrituras y la tradición de la Iglesia”.
El propio Platón estaba convencido de que existía un alma inmortal. Es significativo que una de las enseñanzas falsas más importantes que se introdujeron en la “teología cristiana” es la de la inmortalidad del alma. No se puede justificar la aceptación de esta idea alegando que hizo al cristianismo más atractivo para las masas. Mientras predicaba en Atenas, el mismo corazón de la cultura griega, el apóstol Pablo no enseñó la doctrina platónica del alma. Antes bien, habló de la doctrina cristiana de la resurrección, a pesar de que a muchos de los griegos que le estaban escuchando les resultara difícil aceptar su mensaje (Hechos 17:22-32).
En contraste con la filosofía griega, las Escrituras indican claramente que la persona no tiene un alma, sino que es un alma (Génesis 2:7). Al morir, el alma deja de existir (Ezequiel 18:4). Eclesiastés 9:5 nos dice: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado”. La Biblia no enseña la doctrina de la inmortalidad del alma.
Otra enseñanza engañosa tiene que ver con la posición que ocupó Jesús en su existencia prehumana: la idea de que era igual a su Padre. El libro The Church of the First Three Centuries (La Iglesia de los tres primeros siglos) dice: “La doctrina de la Trinidad [...] se originó de una fuente totalmente ajena a las Escrituras judías y cristianas”. ¿Cuál? “Las manos de los Padres que impusieron la influencia de Platón, la desarrollaron y la injertaron en el cristianismo.”
De hecho, los trinitarios ganaron terreno a medida que pasaba el tiempo y los Padres de la Iglesia se dejaban influir cada vez más por el neoplatonismo. La filosofía neoplatónica del siglo III aparentemente les ayudó a conciliar lo inconciliable: el concepto de un Dios tripartito con el concepto de un solo Dios. Mediante el razonamiento filosófico, afirmaban que tres personas podían ser un solo Dios a la vez que estas conservaban su individualidad.
Sin embargo, la verdad bíblica indica claramente que solo Jehová es Dios Todopoderoso, que Jesucristo es su Hijo, creado por Él y, por tanto, inferior, y que el espíritu santo es Su fuerza activa (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:5; Hechos 2:4; Colosenses 1:15; Revelación [Apocalipsis] 3:14). La doctrina de la Trinidad deshonra al único Dios verdadero y confunde a la gente alejándola de un Dios que no puede comprender.
La esperanza que nos dan las Escrituras respecto al Milenio también se vio afectada por el neoplatonismo (Revelación 20:4-6). Orígenes se destacó por su condena a los milenaristas. ¿Por qué se oponía tanto a la enseñanza del Reinado de Mil Años de Cristo, a pesar de su sólido fundamento bíblico? The Catholic Encyclopedia responde: “Ya que el neoplatonismo era la base de sus doctrinas [...], [Orígenes] no podía aceptar a los milenaristas”.
La verdad
Ninguno de los sucesos que se han mencionado tuvieron nada que ver con la verdad. La verdad es el conjunto de enseñanzas cristianas que se encuentra en la Biblia, y este libro es la única fuente de la verdad (2 Corintios 4:2; Tito 1:1, 14; 2 Juan 1-4; Juan 17:17; 2 Timoteo 3:16).
Sin embargo, el enemigo de Jehová, de la verdad, de la humanidad y de la vida eterna —el “homicida” y “padre de la mentira”, Satanás el Diablo—, ha empleado numerosas artimañas para adulterar la verdad (Juan 8:44; compárese con 2 Corintios 11:3). Entre las herramientas más poderosas que ha utilizado en su empeño por alterar el contenido y la naturaleza de las enseñanzas cristianas, se encuentran las doctrinas de los filósofos griegos paganos, que son un reflejo de su propia forma de pensar.
Esta mezcla antinatural de conceptos cristianos y filosofía griega constituye un intento de diluir la verdad bíblica, debilitándola y haciéndola menos atractiva a las personas mansas, sinceras y enseñables que buscan la verdad (1 Corintios 3:1, 2, 19, 20). Dicha fusión corrompe la pureza de las claras doctrinas bíblicas, difuminando la línea que separa la verdad de la mentira.
En la actualidad se han recuperado las verdaderas enseñanzas cristianas bajo la dirección del Cabeza de la congregación, Jesucristo. También, los que con sinceridad buscan la verdad pueden identificar muy fácilmente la verdadera congregación cristiana por sus frutos (Mateo 7:16, 20). Los testigos de Jehová tienen muchos deseos de ayudar a esta clase de personas a encontrar las aguas no adulteradas de la verdad y a asirse firmemente de la herencia de vida eterna que nuestro Padre Jehová ofrece (Juan 4:14; 1 Timoteo 6:19).


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