Fagocitos
y linfocitos: una verdadera artillería
Pero estas son simples
escaramuzas comparadas con las batallas encarnizadas que se producen
una vez que los organismos externos rompen estas barreras defensivas
y penetran en la corriente sanguínea y en los fluidos o tejidos
corporales. Han invadido el territorio donde se despliega la
artillería del sistema inmunológico, una fuerza compuesta de dos
billones de glóbulos blancos. Se producen en la médula ósea
—aproximadamente un millón por segundo— salen de allí, maduran
y forman tres divisiones diferentes: los fagocitos, y dos clases de
linfocitos, a saber, las células T (hay tres tipos principales:
auxiliares, supresoras y asesinas) y las células B.
Aunque el sistema
inmunológico tenga una fuerza compuesta de billones de soldados,
cada uno puede pelear contra un solo tipo de invasor. Durante una
enfermedad pueden generarse millones de gérmenes, cada uno con la
misma clase de antígeno, pero diferentes enfermedades —incluso
variedades dentro de la misma enfermedad— tienen diferentes
antígenos. Antes de que las células T y las células B puedan
atacar a estos invasores, han de poseer receptores que puedan fijarse
a sus antígenos correspondientes. De ahí que entre las células T y
las células B haya muchos receptores diferentes, específicos para
los antígenos de cada enfermedad, mientras que cada célula
individual T y B presenta receptores que son específicos para un
solo antígeno patógeno.
Daniel E. Koshland
Jr., director de la revista Science, comenta sobre este punto:
“El sistema inmunológico está diseñado para reconocer a los
invasores externos. Para eso, genera aproximadamente unos 1011
(100.000.000.000) tipos diferentes de receptores inmunológicos de
manera que, sin importar la forma o tamaño del invasor, haya algún
receptor complementario que lo reconozca y elimine”. (Science,
15 de junio de 1990, página 1273.) Así que entre los grupos de
células T y B se encuentra el receptor específico que corresponde a
cada antígeno que entra en el cuerpo, tal como una llave encaja en
una cerradura.
Sirva el ejemplo de dos
cerrajeros que trabajan independientemente. Uno de ellos hace
millones de cerraduras de todo tipo, pero no hace llaves. El
otro hace millones de llaves de todas las formas, pero no hace
cerraduras. Ahora, se arroja todo a un contenedor gigante y se
revuelve bien, de modo que cada llave encuentra su cerradura
particular. ¿Parece imposible? ¿Es un milagro? Lo parece.
Como si se tratasen de
cerraduras con sus ojos correspondientes, millones de gérmenes con
sus antígenos invaden nuestro cuerpo y circulan por la corriente
sanguínea y el sistema linfático. Como millones de llaves, también
circulan por el mismo caudal nuestras células inmunes con sus
receptores y encajan con los antígenos correspondientes de los
gérmenes. ¿Parece imposible? ¿Es un milagro? Lo parece, pero a
pesar de todo, el sistema inmunológico lo consigue.
Cada categoría de
linfocitos desempeña una función específica en la lucha contra la
infección. Las células auxiliares T (uno de los tres tipos
principales de células T) son decisivas, pues organizan las diversas
reacciones del sistema inmunológico. Accionadas por la presencia de
antígenos enemigos, avisan a las tropas del sistema inmunológico
mediante señales químicas (proteínas llamadas linfocinas) y
aumentan sus filas en millones. Son precisamente las células
auxiliares T las escogidas por el virus del sida como blanco de sus
ataques. Una vez eliminadas, el sistema inmunológico se vuelve
prácticamente inútil, lo que hace que la víctima de sida sea
vulnerable a casi todo tipo de enfermedades.
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