martes, 1 de agosto de 2017

S.I. Adiestramiento de cèlulas T y B

Adiestramiento de las células T y B
LAS células T y las células B no pueden ir directamente a la guerra después de salir de la médula ósea. Su armamento es ultramoderno, lo que obliga a un adiestramiento de alta tecnología antes de salir a luchar. Las células T se dedicarán a la guerra biológica, mientras que las B se especializarán en misiles dirigidos. Ambas se entrenan en las escuelas técnicas del sistema inmunológico.

Con este fin, la mitad del millón de linfocitos que se produce cada minuto en la médula ósea va hasta el timo —una pequeña glándula situada detrás del esternón— para recibir entrenamiento como células T. A este respecto, el libro The Body Victorious comenta: “Los linfocitos que asisten a la escuela de adiestramiento técnico del timo son las células auxiliares, las supresoras y las asesinas, llamadas linfocitos T (o células T) y constituyen los elementos indispensables de las fuerzas armadas del sistema inmunológico”.

Cada célula produce diez mil anticuerpos por segundo
El libro The Body Victorious explica: 
“La otra mitad de los linfocitos no entrenados” son células B que van hasta los nódulos linfáticos y tejidos relacionados para ser adiestradas en la fabricación y lanzamiento de misiles dirigidos que reciben el nombre de anticuerpos. 
Cuando las células B “se agrupan en estos tejidos, son como páginas en blanco: no saben nada y deben aprender desde cero” para “adquirir la capacidad de reaccionar de forma específica contra sustancias ajenas al cuerpo”. 
En los nódulos linfáticos una célula B madura, activada por células T auxiliares y antígenos relacionados, “prolifera y se diferencia para formar células plasmáticas que segregan anticuerpos idénticos con especificidad única a un ritmo de aproximadamente diez mil moléculas por segundo en cada célula”. (Immunology.)

Para ayudarnos a comprender la magnitud del trabajo que efectúa nuestro sistema inmunológico, un artículo del National Geographic de junio de 1986 detalla el desafío al que se enfrenta el timo: 
“A medida que las células T maduran en el timo, una de ellas aprende de alguna forma a reconocer los antígenos de, por ejemplo, el virus de la hepatitis, otra aprende a identificar antígenos de una variedad de la gripe, una tercera a detectar el rinovirus 14 [un virus del resfriado], y así sucesivamente”. 
Después de hablar sobre “la inmensa tarea a la que se enfrenta el timo”, el artículo explica que en la naturaleza hay antígenos “con centenares de millones de formas diferentes, por lo que el timo debe producir grupos de células T que reconozcan a cada una. [...] 
De hecho, produce a gran ritmo decenas de millones. Aunque solo unas pocas reconozcan a un antígeno en particular, el número de células inspectoras es lo bastante grande como para identificar la variedad casi infinita de antígenos que produce la naturaleza”.
Mientras algunas de las células T auxiliares estimulan a los macrófagos a multiplicarse, otras situadas en los nódulos linfáticos se fijan a las células B situadas allí y hacen que se multipliquen. Muchas se convierten en células plasmáticas.
 De nuevo, las células T han de tener los receptores apropiados que se unan a las células B y las motiven a formar células plasmáticas, que a su vez producen millones de anticuerpos cada segundo.

Como cada célula plasmática fabrica un tipo único de anticuerpo, con un receptor específico para cada antígeno patógeno, pronto hay billones en las líneas de batalla que apuntan hacia los antígenos de una enfermedad específica. 
Se fijan a los invasores, los detienen, hacen que se reagrupen y los convierten en presas más apetecibles para los fagocitos, lo que, unido a ciertas sustancias químicas liberadas por las células T, produce en los macrófagos un hambre insaciable, haciendo que engullan a millones de microorganismos invasores.
Además, los propios anticuerpos pueden provocar la muerte de estos microorganismos. 
Una vez que se han fijado a sus antígenos superficiales, hay moléculas proteicas especiales, llamadas factores de complemento, que se agrupan en la superficie del germen.
 Cuando hay suficientes factores de complemento, penetran en la membrana del microorganismo y producen un líquido que hace que la célula reviente y muera.

Estos anticuerpos, desde luego, deben poseer los receptores correspondientes que les permitan fijarse a los invasores. 
A este respecto el 1989 Medical and Health Annual de la Encyclopædia Britannica, página 278, explica que las células B son capaces de “producir entre cien millones y mil millones de anticuerpos diferentes”.

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