No podemos verlos, pero
ahí están.
Millones hormiguean a nuestro alrededor, se adhieren a
nosotros y se empeñan en colarse en nuestro interior.
Les encanta el
ambiente cálido y nutritivo de nuestro cuerpo y, una vez dentro, su
número crece de forma alarmante.
Si se los dejara actuar libremente,
en poco tiempo nos colonizarían por completo.
Para contrarrestar esa
fuerza destructiva, nuestra única respuesta es la guerra, una guerra
interna, total e inmediata entre estos invasores extraños portadores
de enfermedades y los dos billones de soldados que forman nuestro
sistema inmunológico.
No se pide ni se da tregua alguna.
Nuestras vidas están en juego, se trata de ellos o nosotros.
Normalmente ganamos nosotros, aunque no siempre es así.
El
resultado depende de la rapidez y eficacia con la que nuestro sistema
inmunológico se haya preparado para la batalla.
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