Consideremos ahora la
función de los fagocitos apoyada por las células auxiliares T. Su
nombre significa “comedores de células”, y podría decirse que
son basureros. No son muy escrupulosos, pues devoran cualquier
cosa que parezca sospechosa, sean microorganismos extraños, células
muertas o cualquier otro tipo de desperdicio. Son a la vez una fuerza
defensiva contra los gérmenes patógenos y un servicio de recogida
que engulle las basuras. Incluso se comen las sustancias
contaminantes que provienen del humo de los cigarrillos y ennegrecen
los pulmones, aunque si se sigue fumando durante mucho tiempo, el
humo los destruye a un ritmo mayor que el de su reproducción.
No obstante, algunas de sus comidas son indigeribles, incluso
mortales, como por ejemplo el polvo de sílice o las fibras de
amianto.
Existen dos tipos de
fagocitos, los neutrófilos y los macrófagos. La médula ósea
produce unos cien mil millones de neutrófilos cada día. Viven tan
solo unos días, pero cuando hay infecciones su número se multiplica
hasta cinco veces. Cada neutrófilo puede capturar y destruir hasta
25 bacterias, y entonces muere, pero hay una afluencia constante de
reemplazos. Por otra parte, los macrófagos pueden destruir cien
invasores antes de morir. Son más grandes y fuertes, y viven más
que los neutrófilos. Solo tienen una acción de respuesta frente a
los invasores o a la basura: comerlos. No obstante, sería un
error pensar que los macrófagos son solamente unidades de
eliminación de basuras, ya que pueden fabricar “hasta 50 tipos de
enzimas y agentes antimicrobianos” y funcionar como enlaces de
comunicación “no sólo entre las células del sistema
inmunológico sino entre células productoras de hormonas, células
nerviosas e incluso cerebrales”.
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