Inmunidad
espiritual frente a la crisis moral
NUESTRO organismo es
atacado por millones de microbios que intentan entrar en nosotros y
conquistarnos. Afortunadamente, en nuestro interior hay millones de
defensores que están a la espera para vencerlos cuanto antes. Su
respuesta es automática, no tenemos que preocuparnos de ella.
Sin embargo, hay otro tipo de invasión que debemos tener muy en
cuenta si queremos sobrevivir. También amenaza la vida y hay fuerzas
tras ella que son incluso menos visibles que los microorganismos
causantes de las enfermedades.
Atacan la mente y el
corazón, el pensamiento y las emociones, y sus manifestaciones
visibles alimentan los deseos de la carne, pero dejan al espíritu
hambriento y sin gozo. A veces de forma sutil y otras de modo
flagrante, las masas de la humanidad son arrojadas a la crisis moral
cada vez más extensa que plaga a esta generación. De la misma forma
que el sistema inmunológico protege a nuestro cuerpo de las
invasiones víricas y microbianas, ¿hay alguna forma de proteger
nuestra espiritualidad frente a sus atacantes? Sin duda la hay.
¿Dónde podemos
conseguir anticuerpos espirituales lo bastante poderosos como
para inmunizarnos frente a la crisis moral? Resulta obvio que ni la
gran cantidad de libros vendidos sobre psicología popular ni los más
pesados tomos de psiquiatría pueden hacerlo.
Un columnista apunta
hacia una fuente superior para buscar ayuda: “Es imposible que una
comunidad o nación tenga principios morales sin tener fe en Dios,
porque todo se reduce rápidamente al ‘yo’, y un ‘yo’ sin
nada más carece de sentido”. Cuando se pidió al disidente ruso
Alexander Solzhenitsin que identificara el problema clave del
siglo XX, declaró: “Los hombres se han olvidado de
Dios. [...] Todo el siglo XX ha sido arrastrado por el
torbellino del ateísmo y la autodestrucción”.
Uno de los pioneros de la
psiquiatría moderna, el doctor C. G. Jung, indicó el
ingrediente esencial para resistir la caída de los valores morales:
“El individuo que no tiene puesta su esperanza en Dios
no puede resistir por sus propios medios los ataques físicos y
morales del mundo. Para lograrlo necesita la evidencia de la
experiencia interna y trascendente, que es la única que puede
protegerle de ser absorbido irremediablemente por la masa. Una mera
comprensión intelectual o hasta ética [...] carece del empuje
de la convicción religiosa, ya que es meramente racional”. (The
Undiscovered Self, página 34.)
Tan solo la Biblia,
cuando se aplica a nuestra conducta diaria, suministra los
anticuerpos espirituales necesarios para proteger la mente y el
corazón de los antígenos corruptos que nos rodean y que provienen
de las “expresiones inspiradas inmundas” semejantes a ranas que
nos conducirán a la guerra con Dios. (Revelación 16:13, 14; 1 Juan
4:1.)
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